En los últimos días ha saltado a la luz el asunto de la maternidad subrogada, comúnmente conocida como uso de “vientres de alquiler”.
Este procedimiento consiste en el uso de una mujer para gestar y dar a luz una criatura que ha sido concebida por fecundación in vitro.
Una vez fecundado el óvulo, el embrión se implanta en el útero de una mujer que puede realizar esta labor de una manera altruista (en ocasiones se trata de familiares de la pareja que quiere tener un hijo) o a cambio de una contraprestación económica.
Solo en ese caso podemos decir que se ha hecho uso de un vientre de alquiler, aunque resulta muy poco verosímil que pueda haber gestantes que no reciban un pago por ello debido al coste económico, físico y emocional que puede tener un embarazo en la vida de una mujer.
Quedarse embarazada y dar a luz no es donar sangre. Resulta tan obvio que no hacen falta más explicaciones.
El embrión implantado puede ser hijo biológico de los padres que lo solicitan. La causa debería ser la incapacidad de la madre de llevar a cabo una gestación normal debido a algún problema médico. Digo debería por que con los recursos científicos no habría problema en que otra mujer llevara de gestación de una madre que no quiera pasar el embarazo por los motivos que fueran.
Pero si las personas que quieren ser padres no pueden producir por si mismos óvulos u espermatozoides viables, se puede recurrir a donantes de uno u otro gameto para realizar la fecundación.
Si nos ponemos en una situación extrema, pero no tan rara, en el nacimiento de un niño se verían implicadas la pareja que quiere tener descendencia, los donantes de espermatozoides y/o óvulos y la mujer que finalmente da a luz. Hasta cinco personas. El legislador lo debe tener en cuenta.
Dejo las explicaciones en este punto. No haré valoraciones morales. Solo les contaré algo de mi experiencia.
En la época en que trabajé en la Fundación Jiménez Díaz llevaba un servicio de apoyo a la investigación clínica. Por mis manos pasaban docenas de trabajos de todo tipo y de todas las disciplinas médicas.
Un día llegó a mi despacho un compañero de la Unidad de Reproducción Asistida. Quería realizar una tesis doctoral sobre el resultado de las técnicas de fecundación in vitro. En una hoja de cálculo aparecían con meticulosa precisión los datos de cientos de mujeres y los embriones.
Al final de esa hoja había varias docenas de embriones fecundados que no se habían implantado. Le pregunté la causa de ello, por que también yo, con meticulosa precisión, verifico todos los datos.
Eran parejas que había renunciado a implantar los embriones una vez producidos. Habían cambiado de opinión. O se había roto la pareja. No es raro que ocurra. El proceso es largo y costoso, no solo en lo económico. Y no todas las parejas lo pueden superar. Por lo que he leído, esto mismo ya ha pasado en la maternidad subrogada.
Seguramente será necesario regular el uso de esta técnica. De poco nos servirá no hacerlo si a menos de tres horas de avión se puede encontrar una clínica que la haga. Pero la realidad superará todo lo que nuestros legisladores puedan hacer. Al tiempo…
Una última reflexión: creo que si los trámites de adopción se simplificaran muchas parejas optarían por esta vía. Hace un par de años en mi actual hospital hicimos un banco de ropa para los recién nacidos que pasan a la tutela de la Comunidad de Madrid. En menos de un mes agotamos todas las existencias.
Resulta absurdo que unos padres adoptivos necesiten pasar agotadores e interminables controles y que se diera el caso de que unos “padres” que recurran a la maternidad subrogada finalmente no quisieran responsabilizarse del hijo que una vez desearon.
Juan J. Granizo, Doctor en Medicina, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública